Antes de acercarnos a ver el sol de medianoche [mito fantástico, porque aquí lo que se dice ver el sol es casi imposible] hemos parado en un Siida, que es un campo de trabajo de verano de los Sami. Allí están ellos/as con sus trajes y renos, así viven, aunque ella en invierno no irá a las tundras del norte si no a Oslo a enseñar sami a los niños. En esta región -ya dije que hay cuatro- el gorro tiene cuatro puntas [N,S,E,O] Total que nos hemos hecho unas fotos con ellos y un reno, que está tan bien enseñado que en cuanto nos vió aparecer, llegó al lugar de las fotos antes que el dueño. Para acceder al punto más septentrional -aunque en realidad ese punto es otro que sobresale unos metros más y está a la izquierda de este- hay que pagar. Hay un complejo con restaurante, bares y tiendas [no hace muchos años si querías pisar este trozo de tierra tenías que venir por mar y escalar hasta aquí]. La cena también bien. Por fín hemos probado la carne de reno. No vemos el sol, pero tampoco anochece. Hace un frío intenso. El viento polar azota con fuerza. Ahora mismo, aquí, sentado tras los cristales iluminados con vela -ya contaré lo de las velas en Noruega- miro la bola, el mar del Norte y simplemente me relajo y disfruto. Ójala pudiera conservar para siempre muchas imágenes que estamos viendo porque son de ensueño. Ver estos paisajes, los neveros abundantes, las formaciones rocosas o los renos son cosas que hay que guardar. ¡Nos gusta este viaje! Dice Silvia que el mejor que ha hecho.
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