Martita está conmigo en casa. Me acompaña desde hace muchos años. No sé exactamente en qué momento alguna niña decidió olvidarla en la oficina. Durante mucho tiempo esperé a que la dueña volviera pero al final la muñeca se acomodó encima del calendario de mesa y decidí adoptarla marcando mis iniciales con un rotulador [dicen que] indeleble. Ahora Martita está de nuevo de mudanza. Si todo va bien tendrá un nuevo domicilio en otra calle y otra oficina. El último día, recogeré las notas que Silvia ha ido escribiendo en post-it y esparciendo por la estantería. También las que mi hermana Beatriz depositó en otras ocasiones. Sin ponerse de acuerdo las escribían a mis espaldas y luego yo, tarde o temprano, en un repaso cotidiano de objetos las hallaba. Son esas cosas las que no se pueden olvidar, las más importantes, las que al leerlas hacen que abandones tus ganas de llorar o de tirar cosas por la ventana, las que te recuerdan que hay gente que te quiere mucho.
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