El ruido, más que el calor, denota la llegada del verano. A veces son zumbidos que se aproximan lentamente, llegan al punto álgido de la insoportabilidad y tardan largo tiempo en desaparecer. Otras veces son petardeos puros. El caso es que uno sabe -por ellos- que el verano está aquí. Lo anuncian estos hijos de su madre, que no digo yo que no sea santa pero que, precísamente por eso, ya lanzada en el proceso de beatificación, podría arreglar la moto del niño. La palabra mágica exculpatoria de alguna gente comprensiva -[¡quien pudiera serlo!]- es: "son jóvenes". Ser joven, hoy, es como poseer una especie de tarjeta VIP que te permite hacer de todo [incluido joder a los demás], o al contrario, no hacer nada de nada [nada]. Puede que esta entrada me haya quedado fascistoide y represora pero ¡qué quieren que les diga! El ruido abundante de Plasencia me indica que ha llegado el verano. Mientras tanto se rumorea que las motos pronto pasarán la ITV y yo estoy seguro de dos cosas; la primera, que ninguno de estos engendros contaminantes la va a pasar; y la segunda, que no dejaré de oirlas porque, a pesar de todo, nunca habrá nadie que las detenga. El ruido seguirá anunciando la llegada del verano hasta que se acabe el combustible fósil.
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