Fuimos a por ellas y salieron a vernos, como cuando yo era chico, sólo que ahora era yo -o aparentaba ser- el más fuerte de ambos. Afortunadamente no nos fallaron. Las truchas salieron y no preguntaron cómo estabamos, ni si eramos capaces de superar la pérdida. A la vuelta mi padre dijo: "¡Lo que se hubiera alegrado ella de que hayamos pescado tanto!". "Sí, papá, mucho" -respondí.
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