Sucedió en el extraño país que algunos, llamados defensores, manisfetaban que los males del reino no se debían al gobierno de la reina y que ésta, de conocer los males que asolaban al pueblo, los atajaría inmediatamente mandando encarcelar a los gobernadores que ella -en una manifestación más de su bondad- había elegido. Pero otros -llamados detractores- argumentaban, no sin razón, que al fin y al cabo la reina había de conocer siempre y de primera mano lo que sus gobernadores hacían, para de este modo atajar sus maldades, con lo que si no lo hacía era por ser consentidora o por no vivir en el reino y cualquiera de las dos opciones la haría pasar a la historia como una mala reina.
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