Ayer en casa de mis padres me dijeron que sabían que no iba a obtener plaza en la oposición a psicólogo de la Junta porque alguien se lo había dicho a mi hermana ya. Es mentira, porque todo está aún por ver, mi objetivo primero [interinidad] sigue intacto, quedamos 34 de los 250 presentados, pero hay que ser muy garrapata o piojo para entrar en internet a consultar mi nota y correr a contarlo por las esquinas. Sin embargo a ti te da igual. Lo has vuelto a hacer. Como siempre. Como cuando de chico llegaba a casa con las notas y alguien se había adelantado, o como cuando una vez me reprendió la policía y ya lo sabían en casa antes de llegar, o como cuando tras una decisión dolorosa cambié el curso de mi vida y la gente iba a la tienda de mis padres a diseccionar la herida con un destornillador. Querida Plasencia: Te conozco desde hace cuarenta y siete años y no has dejado de ser un pueblo. Lo peor es que te gusta ser así: zafia y alcahueta. Enviar anónimos, cuchichear en las esquinas, tener la vida de los demás en los labios y si puedes, tratar de humillarlos. Por eso cuando trabajaba en Cáceres no quería volver, pero me enamoré y entré en tu oscuro y apestoso vientre de nuevo. Sé que no vas a cambiar nunca y que siempre has sido una doncella forzada con pretensiones de condesa -nada produce más trastorno que querer ser lo que no puedes ser. Allá tú. De todos modos te recuerdo que estoy siempre presto a contarte lo que quieras preguntar. Así que no vayas por ahí contando chismes porque cada vez que lo haces tu retrato se torna más feo aún que el que describiera Wilde. Querida Plasencia: deja de ser puta de una puta vez.
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