La ciudad es pequeña, como Plasencia [allí habrá habido hoy panem et circenses, ¡qué gusto estar aquí!], con soportales también, parece un regreso a los años 60. Pocas tiendas y mal iluminadas. Algún gitanillo se ha acercado pidiendo dinero. Hay un bar llamado español [pero ahora está cerrado] y carteles con viajes a España al precio de 80€. El chófer que llevamos, también hace esos viajes pero él sólo va a Italia. La conversación con él demuestra que el lenguaje es una convención porque Ionel sólo habla rumano y nosotros de rumano ni papa. Se lamenta nuestro guía de la mala fama que tienen los rumanos en nuestro país. Triste que, siempre, algunas manzanas estropeen las cestas.
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