DADOS DE BASALTO

17 mayo 2007

Las rayas de la mano

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Fue en ese preciso instante, cuando todo se volvió lento, sentí que hasta el aire se detenía; lo que hasta entonces veía era ahora un fluido insustancial, una película estática, si es que ese término puede ser usado. Tuve la certeza de que era la misma sensación que describen quienes han tenido un accidente de tráfico y pudieron contarlo. Tal vez ahora tenga un accidente, pensé. Un coche vendrá de frente invadiendo mi carril y me golpeará con fuerza. O trataré de evitarlo con un volantazo empotrándome contra el talud, quizás daré vueltas de campana mientras todos los objetos saltan dentro del habitáculo, se quebrarán los cristales y el coche se retorcerá como una trenza. Lo peor será el segundo previo, el chirrido de los frenos tratando de evitar el impacto, hasta que el sonido del golpe nos despierte de este sueño silencioso. Fue entonces cuando contemplé a mi padre, en el lado opuesto de la carretera. El coche negro que habitualmente conducía había volcado, a pesar de que estábamos en la recta más larga de todo el recorrido, el mismo trayecto al campo que todos los de casa hacíamos al menos una vez a la semana, año tras año. La misma carretera que afirmábamos conocer tan bien como la palma de la mano. “Dime cuántas rayas tienes en tu palma”, inquirió un día mi hermana pequeña y todos tuvimos que callar, aunque resolvimos entre carcajadas el haber descubierto que ni siquiera eso conocíamos.
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Taller de la poesía y el relato [antología, 2006]

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