Desde hace tiempo, y cada vez me reafirmo más en ello, pienso que la gangrena que axfisia a esta ciudad no es la herencia histórica de los Zúñiga, ni siquiera el caciquismo que tanto abundó y, aún hoy pervive. No es tampoco el deseo frustrado de querer y no poder, expresado, popularmente en los paseos dominicales envueltos en pieles por la plaza y oficialmente en actos que no diré pero que conocemos. El problema de Plasencia es que nadie quiere ser peón para currar. Aquí todos quieren ser alcalde, rey, o cualquier cosa con poder de mandar.
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