Visito los urinarios semipublicos, en mi caso, como casi cualquier mortal.
No deja de sorprenderme que los bordee una frontera, casi inexpugnable, de suciedad (orín mezclado con tierra o cosas así), o que nadie tire de la cadena; que lo primero que pienso al ver ese orín tan marrón, es "¡pobre, debe de tener algún problema de hígado o riñón para expulsar una cosa así!", pero luego imagino a sus pobres y abnegadas madres (o esposas) diciéndoles, "no te preocupes, déjalo todo como te de la gana que ya pasaré yo a fregar el suelo, desinfectar la taza y tirar de la cadena". El amor materno o conyugal creo que es así. El colmo de sorpresa es -no obstante- cuando visito el baño y encuentro las cisternas descargándose alegrememente por cosas tan simples como que el botón se ha atascado y no lo han vuelto a pulsar para que deje de malgastar agua. Que a lo mejor la cosa es que desenfundan, riegan y salen pitando abrochandose la cremallera para dar la mano al primero que encuentren (puede ser), pero como tras él vendrá otro (seguro) podría asomarse y pulsar de nuevo el botoncito. Así que me digo: No, pensaba que eran hombres quienes desaguaban aquí, pero si quiera a un hombre -tan poco prono como yo a las habilidades manuales- como yo le gusta la mecánica simmple. No pueden ser hombres, tal vez fantasmas o visitantes. Investigaremos...