Kemplerer:
Pero el lenguaje no solo crea
y piensa por mi, sino que guía a la vez más emociones, dirige mi
personalidad psíquica, tanto más cuanto mayores son la naturalidad
y la inconsciencia con que me entrego a él. […] Las palabras
pueden actuar como dosis ínfimas de arsénico: uno las traga sin
darse cuenta, parecen no surtir efecto alguno, y al cabo de un tiempo
se produce el efecto tóxico.